Burundi: la pesca o nada

Olivier se abrocha la cazadora y enciende el que será el primer cigarrillo de una larga jornada pesquera. Los ahorros mensuales no le dan para otro capricho; quizás, alguna recarga de crédito en un móvil apuntalado con gomillas elásticas. La calle, la gente, el pueblo arde de impotencia democrática en Burundi por el intento de golpe de Estado al presidente Pierre Nkurunziza tras declarar que se presentaría a un tercer mandato. Esta decisión fue denunciada por la oposición y marcó el comienzo de un periodo de violencia y de inestabilidad política. Pero la pesca continúa su día a día intentando remar contracorriente. Economía de batalla, que lo llaman. Las cifras de ACNUR reflejan que casi un total de 144.000 burundeses han huido desde principios de abril a las vecinas Ruanda, Tanzania y República Democrática del Congo por las aguas del lago Tanganica.

El sol despunta dejando un paisaje espectacular. Al fondo las montañas ruandesas y burundesas que se unen sin fronteras cobijan a la capital, Bujumbura. Una barca de pescadores pone el rumbo hacia la orilla. / Foto: Sebastián Ruiz

El sol despunta dejando un paisaje espectacular. Al fondo las montañas ruandesas y burundesas que se unen sin fronteras cobijan a la capital, Bujumbura. Una barca de pescadores pone el rumbo hacia la orilla. / Foto: Sebastián Ruiz

El pequeño asentamiento pesquero donde vive Olivier en Bujumbura es un espacio tan pequeño que se está en él de repente. Carece de esa dignidad que otorgan unas afueras, una periferia. Y aquí, entre tiendas de campaña improvisadas, conviven una treintena de hombres que entienden la pesca tradicional como su propio referéndum al sí a la vida. A escasos metros, el restaurante Bora-Bora o el Hotel du Lac continúan sirviendo mojitos a precios de expatriados para los cientos de soldados de la misión de la Observación Electoral de las Naciones Unidas en Burundi (MENUB) y para los consultores europeos ataviados de traje.

Moisés, enfundado en un gorro de lana con el escudo del Barcelona, se despierta con la llamada del joven patrón y agarra su manta reducida y adelgazada por una década de uso para buscarle un hueco en su nasa. ¿Para qué dejarla en tierra si es su segunda piel en el medio del lago, oscuro y repleto de rumores sobre cocodrilos gigantes? A este marinero, su cobertor le ha protegido de lluvias y ventiscas, ha destilado con ella las mejores y no tan buenas horas de su vida e incluso ha sido recompensada con un agujero de bala del mes de abril. Las únicas lumbres en este paraje sin alma son las cenizas del cigarro de Olivier y la del cuarto menguante de luna. Prácticamente a oscuras. Aunque la costumbre les hace moverse con agilidad. Las olas golpean una orilla repleta de astillas de madera, escamas de pescado y trozos de red.

“¿Está todo? ¿Necesitamos algo más?”, pregunta en francés y en voz baja el joven Deniss de 14 años, el tercero de los pescadores. “Necesitar, necesitar… ¡Todo y nada!”, le responde Andrew. Le apetece, sobre todo, un largo trago de vino recio y áspero que hace las funciones de desayuno. Son exactamente las 23.07 horas de la noche y estos cuatro pescadores se adelantan al resto del asentamiento poniendo dos barcazas en el agua fría del Tanganica. Por delante, otra noche más en busca de ndagala, una especie de boquerón pequeño que sirve como una de las pocas fuentes de proteínas para la población empobrecida de Burundi y de toda la costa que bordea el lago, el segundo más profundo del mundo tras el Baikal, en Rusia.

Una pareja de pescadores desenreda una de las redes que han utilizado durante la noche. Al fondo se pueden apreciar las tiendas de campaña improvisadas que hacen las veces de casa. / Foto: Sebastián Ruiz

Una pareja de pescadores desenreda una de las redes que han utilizado durante la noche. Al fondo se pueden apreciar las tiendas de campaña improvisadas que hacen las veces de casa. / Foto: Sebastián Ruiz

La pesca en aguas turbulentas

La pesca constituye una parte muy pequeña (alrededor del 2%) de la producción agrícola total de Burundi. Sin embargo, es una actividad importante por su contribución al suministro de alimentos. Las capturas dependen en gran medida del estado de la seguridad en un país que vive de espaldas al resto de los incluidos en la comunidad de África del Este, sobre todo sus vecinas Ruanda y Tanzania. El genocidio de los noventa, la guerra civil y un futuro con anorexia para la población juvenil son parte de los ingredientes para una bomba de relojería a punto de estallar. Otra vez.

Diferenciando tres tipos de pesca, la producción se destina en su totalidad al mercado interno: la industrial (controlada por los griegos), la artesanal y la de subsistencia. La pesca artesanal, como la que realiza Olivier y su flotilla, es una forma de pesca de bajura practicada en la parte norte del lago Tanganica, así como en los lagos Cohoha y Bweru, y representa la mayor parte de la captura. Para el turista casual que pasea por las calles de la capital burundesa, hoy tomada por militares y con una población en franca retirada, puede apreciar multitud de puestos ambulantes regentados por mujeres que venden el ndagala, especie endémica del lago. Por 20 céntimos de euro puedes tener un cartucho listo para degustar.

Aunque la inflación se ha dejado sentir también. “En 2004, el kilogramo costaba dos euros, en 2013, cuatro euros y medio y, en junio del 2015, el precio que tenemos ronda los seis”, explica Simon Guritzika, responsable de los pescadores en esta zona de la playa. Una tercera parte del consumo de proteínas de origen animal en el país proviene de la pesca y el sector emplea a más de 100.000 personas.

1.18 horas de la noche. Adentrados en el lago, desde donde ya no se distinguen las luces de Bujumbura, las dos barcazas dejan de remar. Los pescadores comienzan a trenzar grandes mástiles que se colocan en horizontal uniendo las barcas. La fotografía muestra un rectángulo perfecto: dos embarcaciones enfrentadas y unidas por troncos de madera desde los que cuelgan unas mallas rojas que se sumergen quedando listas para capturar el botín.

Es en este momento, en el que el montaje se ha terminado, cuando Olivier comienza a armar su pequeño laboratorio. El método consiste en el uso de lámparas de parafina presurizadas suspendidas por encima de la superficie del agua, sobre palés de madera, para atraer a un aluvión de peces que quedarán atrapados bajo las canoas en la gran red de nylon. Pero no de momento. Quedan unas tener horas de espera mirando como la noche engulle Burundi. Hay que tener paciencia y algo de abrigo.

“¿Has visto lo que hemos hecho? Pues este es nuestro trabajo cada día. Cada día. A mí, en realidad, me hubiera gustado estudiar, pero tengo que mantener a mi pequeña familia”, explica Olivier mientras enseña una foto de su mujer con su hija en la pantalla difuminada de su móvil. El ruido de la madera humedecida que cruje y del gas que se quema intermitente acompañan la noche. La oscuridad está salpicada de otras pequeñas embarcaciones que se sitúan a unos 30 metros. Deniss no deja de achicar agua con un trozo de plástico. El nivel de flotación hace minutos que está hundido.

A quien madruga…

Este tipo de pesca artesanal se realiza con unas lámparas colocadas sobre un palé de madera. Los peces que acuden a la luz y quedan atrapados en la red se conocen como ndagala, una especie endémica del lago parecida al boquerón. El rectángulo formado por las dos barcazas deja en el medio la luz y bajo ella la red que tras unas 3 horas será recogida. Foto: Sebastián Ruiz

Este tipo de pesca artesanal se realiza con unas lámparas colocadas sobre un palé de madera. Los peces que acuden a la luz y quedan atrapados en la red se conocen como ndagala, una especie endémica del lago parecida al boquerón. El rectángulo formado por las dos barcazas deja en el medio la luz y bajo ella la red que tras unas 3 horas será recogida. Foto: Sebastián Ruiz

Al amanecer, el espectáculo visual desconcierta. Tonos rosados y anaranjados que se reflejan en el agua. A un lado, las montañas de la República Democrática del Congo, al otro, se oye, suavizado, el runrún de la ciudad. La captura de hoy no ha estado mal a saber por la caras de la flotilla. Ahora se trata de recoger a mano las redes cargadas de cientos de kilogramos de materia prima, desatar las embarcaciones y remar hasta una orilla que se presenta abarrotada. Según la imagen, nada parece indicar que el país esté en alta tensión.

La lonja improvisada en la arena fría por el relente de la noche se compone de pescadores que salen a faenar de día, hombres arrinconados que recomponen desaguisados imposibles de enmendar en las mallas, cocineras que en ollas de latón hierven agua con alguna verdura, niños que corretean, círculos de empresarios que apuestan los francos burundeses a una buena compra y decenas de bicicletas y moto-taxis que transportarán la mercancía hasta la ciudad. La rapidez es esencial.

El pescado, antes de ser comprado por la población local, pasará por un proceso de secado. “Antes había que esperar unos tres días, pero como lo secábamos en la arena, entre los gatos y perros que se los comían y que un alto porcentaje quedaba inservible perdíamos mucha cantidad. Ahora, en medio día ya podemos hacer bolsitas de plástico listas para vender”. Quien comenta la transformación que sufrió esta industria es Girondine. Ella fue una de las beneficiarias del programa de implementación de la FAO para construir, hace 11 años, secaderos de tela metálica sostenidos por palos de madera. De esta forma, los bastidores quedaban fuera del alcance de los animales y podían cubrirse en el caso de que lloviera, evitando el deterioro de los ndagala. El número de secadores a lo largo de las orillas del lago Tanganica ha aumentado de 500 a más de 2.000 unidades.

A escasos 50 metros del bullicio, Lionel Ntasano, director gerente de un pequeño pero muy acogedor hotel familiar, el Nonara Beach Resort, desayuna un capuchino con una libreta en la que apunta el género que tendrá que comprar hoy. Explica que la situación del país es insostenible para el sector del turismo. “Sinceramente, no sé cómo este país está en pie. Parece mentira que con la riqueza natural y paisajística que tenemos, los políticos se lo estén cargando. No sé cuánto tiempo nos queda de vida. Mientras haya expatriados por la zona, las habitaciones de mi hotel estarán llenas y yo podré pagar al personal y los gastos. Estamos al límite” apostilla, preocupado.

A mediodía, las flotillas que salieron a faenar durante la noche descansan resguardados de un sol que pica con fuerza. Olivier y los suyos duermen esperando que llegue la noche para una nueva faena. El Tanganica espera intranquilo el desenlace de un país que se descompone entre ndagala y redes de pescar.

El té de las mil colinas (Ruanda)

Londres (Inglaterra). 16.30 de la tarde. La cotizada Oxford Street invierte no en la tradición, si no en la venta al turista de exquisitas pastas de mantequilla acompañadas de aromáticos tés en las puertas de unos grandes almacenes. Se agolpan los desaliñados, los hípsters, los jugadores de críquet, los flashes y los empleados que esperan a que el Big Ben marque la hora bruja que, allí, comienza a las cinco en punto, justo con la reminiscencia de unos tiempos coloniales: la hora del té.

Un alto en el camino para mostrar a la cámara la situación extrema de los trabajadores. Unas 12 horas al día por 30 euros al mes / Foto: Sebastián Ruiz

Un alto en el camino para mostrar a la cámara la situación extrema de los trabajadores. Unas 12 horas al día por 30 euros al mes / Foto: Sebastián Ruiz

Assam (India), la región más grande de cultivo de té en el mundo. A la misma hora, millones de personas se apresuran a enfriar su taza de hierba infusionada juntando los labios con el cristal del vaso. Este país es el segundo del mundo en producción (23%) y el primero en consumo. Huele por todas partes. El papel que desempeñó la Compañía Británica de las Indias Orientales para distribuir el té en Gran Bretaña fue crucial. Creó desigualdades sociales en los lugares desde donde se extraía y, al mismo tiempo, la generalización de un negocio hasta entonces prohibitivo y denunciado desde el gremio de los cerveceros hasta el propio clero, basándose en el argumento de que era una planta que no se cultivaba en un país cristiano. Incluso presionaron al Gobierno inglés para que impusiera un alto impuesto sólo permisivo para la aristocracia. Sin embargo, en el siglo XX se había convertido en la bebida más barata.

En 1888 los británicos bautizaron la India como un exportador potencial de té. Además, por aquél entonces también se cultivaba en Bangladesh que en el siglo XIX todavía formaba parte de la India. Un negocio redondo y sabroso. De esta historia se entiende que la compañía McLeod Russel, en su origen de capital inglés aunque ahora indio, sea la empresa que más plantaciones de té tiene en el mundo. En Ruanda, de hecho, representa alrededor del 25% de la producción del país.

Gisenyi (Ruanda). A unos 6.500 kilómetros de distancia de la capital inglesa, el sol todavía no se ha puesto. Casi. Se esconde entre alguna de las colinas (dicen que mil) que edulcoran el paisaje ruandés. Todo es y está verde. Todo ordenado y cultivado. Carreteras perfectamente pintadas y asfaltadas que serpentean, que suben y bajan, por un país que ha vomitado la historia reciente de los Grandes Lagos una y otra vez. Para llegar al Pfunda Tea Estate, propiedad de McLeod Russel  y considerada como la principal plantación de té de Ruanda con cerca de 900 hectáreas, la mirada se clava desplazada, a lomos de una moto taxi, en los campos de plátanos, maíz y ramas de las que cuelga miel fermentada. Escasos minutos después, la inmensidad, el oro verde, la perfección de millones de plantas camellia sinensis alineadas.

Después del agua, el té es la bebida más popular del mundo, con unas 15.000 tazas por segundo. Se puede encontrar en cualquier lugar del mundo. Se cultiva en más de 50 países aunque abunda especialmente en los campos de cuatro: China, India, Kenia y Sri Lanka. También en esta esquina olvidada de Ruanda, a cuatro horas en coche de Kigali, la capital, y frontera con Uganda, la República Democrática del Congo y el Lago Kivu. Aquí, entre 1.700 y 3.100 metros de altura la historia es otra. La vida hierve a golpe de puño bien cerrado. Los trabajadores del té se buscan y reclaman la mejora de unas condiciones que no llegan. Pero la publicidad del mimo con el que se recogen las hojas vende mucho más.

Paisajes de ensueño, realidad complicada

La belleza del paisaje en las montañas ruandesas llega a ser agotadora. Las curvas de las laderas se confunden con tonalidades diferentes de verde, amarillo y marrón. La humedad espesa y la actividad no cesa. En la lejanía se divisan centenares de personas que en fila de a uno descienden por caminos pedregosos con cestas de mimbre y sacos de rafia a la cabeza. El equilibrio es un concepto estético en estos lares.

Ulises Habyarimana es el responsable de una extensión de, aproximadamente, tres campos de fútbol y 500 personas. La universidad donde se ha formado, explica, ha sido la de la vida. Lleva una gorra color ceniza y parte de su función es “controlar que todos trabajen duro y rápido. Son las exigencias de los patrones. Es un trabajo fácil pero que requiere mucha concentración. No todas las hojas son válidas para el proceso de secado”, matiza mientras extrae el jugo del tallo de una planta de té. Su francés no es muy certero pero su dominio le distingue del resto de empleados que hablan exclusivamente el kinyaruanda, una lengua hablada por cerca de nueve millones de personas.

Bajo un sol traicionero e inmersos en el paisaje bucólico, los cultivadores de té trabajan sólo interrumpidos por las lluvias intermitentes, pero torrenciales, a media tarde. Rodeados de sanguijuelas y serpientes venenosas, el trabajo del cultivo del té exige una atención pormenorizada ya que los recolectores deben elegir sólo las hojas más verdes de cada brote y arrancarlas a ojo con la ayuda de una vara de madera que hace las funciones de niveladora. Con chancletas o con los pies descalzos, la ladera adquiere algo de humanidad.

Esta vara de nivelar se utiliza para mantener los campos de cultivo al mismo nivel. Cada trabajador tiene una y debe arrancar las hojas que quedan por encima. / Foto: Sebastián Ruiz.

 

El té, conjuntamente con el café y la horticultura, forma uno de los tres pilares de la exportación de Ruanda y ha sido clave en la reconstrucción del país después de los estragos de la década de 1990. Los primeros arbustos de té se plantaron en la década de 1950 y con varios altibajos la devastación delgenocidio de 1994 afectó de igual forma a esta industria que no se pudo recuperar hasta finales de la década. Según la información delNational Agricultural Export Development Board, en el año 2000 la producción anual alcanzó las 14.500 toneladas y actualmente las cifras rondan las 23.000 toneladas por año gracias principalmente a los pequeños agricultores que producen un 65% del total.

Las casas de adobe donde viven los trabajadores se divisan desde el suelo. Sin agua potable ni electricidad, lo que significa que las cocinas de carbón se convierten en la principal fuente de luz y calefacción que en estas viviendas mal ventiladas tienen un potencial nocivo para el contagio de enfermedades respiratorias. Casi sin excepción, las empresas propietarias de las plantaciones de té son también dueñas de los asentamientos donde residen los trabajadores, es decir, trabajar a cambio de un frágil derecho a la vivienda.

Pero el té sigue siendo un producto de oro para los esforzados ruandeses del Pfunda Tea State. Jean Pierre Makuza e Ingrid Bigirumwami están casados desde hace 11 años. Llevan trabajando en la misma ladera desde hace seis, cuando decidieron probar suerte con la recolección de esta planta. Responden a las preguntas traducidas por Ulises. “Estamos destrozados. No tenemos a penas energía para seguir haciendo este trabajo pero ¿qué podemos hacer? Trabajamos casi 12 horas por 30 euros al mes” (En Ruanda no hay salario mínimo estipulado pero rondan entre los 180 a 500 euros por unas 60 horas a la semana), subraya Jean Pierre, exhausto, mientras no cesa en su empeño de rellenar la cesta de mimbre hasta arriba. Cuando se llena, el botín es pesado en unas básculas que cuelgan de un cobertizo con techo de zinc donde se apilan los sacos hasta ser transportados a la fábrica de procesamiento en la parte superior del valle. Allí, una seguridad privada armada custodia que los camiones no tengan ningún impedimento.

A escasos cuatro metros, Nadiga y Muteteli recorren los pasillos arrancando las hojas grandes, tirándolas y buscando las más pequeñas y tiernas. Éstas las echan en el saco que llevan a la espalda con una rapidez automatizada. Una de ellas, Nadiga, de media altura y complexión atlética envuelta en una tela azul añil, susurra una melodía cargada de melancolía. No es para menos. En la temporada alta el cupo de estos trabajadores es de 23 kilogramos al día. “Teniendo en cuenta que en una hora pueden llegar a recolectar a penas un kilogramo y medio… Más deprisa. Más y mas”, matiza Ulises que sonríe y aprovecha para informar que la prensa no es bien recibida aquí. “Tú tiempo se ha acabado”, sentencia.

Trabajo infantil entre infusiones

Una trabajadora posa ante la cámara mientras hace un parón de escasos dos minutos para aliviar el peso de su espalda. / Foto: Sebastián Ruiz

Una trabajadora posa ante la cámara mientras hace un parón de escasos dos minutos para aliviar el peso de su espalda. / Foto: Sebastián Ruiz

La incomodidad de Ulises se ha incrementado tras las preguntas relacionadas con el trabajo infantil. La plantación se encuentra salpicada de niños como Sthephane que, con ocho años, carga con la responsabilidad de 15 kilogramos para llevar un pequeño ingreso a su familia de cinco miembros. Situación parecida es la de Marie de 14 años que explica en francés que, cuando estaba en su primer año de la escuela de secundaria, tuvo que abandonarla para ayudar a su familia a ganar algo de dinero.

Además del trabajo infantil en las grandes plantaciones, otro de los desafíos a los que se enfrenta el país es la eliminación de la mano de obra infantil en las granjas familiares que cultivan el té. Los datos del Instituto Nacional de Estadísticas de Ruanda muestran que unos cinco millones del total de la población del país son menores de 18 años de edad (alrededor de 49.6%). La misma encuesta reveló que 110.742 niños de entre 6 y 17 años estaban trabajando en el sector de la agricultura que emplearía a la mayoría de ellos (40,8%).

Frente a esta desolación sistémica, y aunque parece no ser la solución, la segunda fase del proyectoEducación Alternativa para los Niños de Ruanda en Áreas de Cultivo de Té (REACH-T) se ha propuesto cambiar el panorama para el periodo 2014-2017. Las múltiples aristas de la pobreza amenazan la educación infantil, por este motivo, Lamec Nambajimana, el director del proyecto, insiste en recalcar que REACH-T “ayudará a un total de 4.090 niños en o en riesgo de trabajo infantil para inscribirse en las escuelas. Además se proporcionará a 1.320 hogares vulnerables otros medios de generación de ingresos para reducir la dependencia sobre el trabajo infantil”. La primera fase se inició en 2009 y finalizó en marzo de 2013, con 8.500 beneficiarios y poniendo fin a todas las formas de trabajo infantil de siete distritos.

La invisibilidad de las difíciles condiciones de vida de los trabajadores forman parte de una reflexión necesaria tras dejar infusionar la bolsita de té esos tres a cinco minutos de rigor en cualquier cafetería europea. Históricamente, los bajos precios del mercado han propiciado que en el otro extremo de la cadena de consumo la vida se haga insostenible y encapsulen un ciclo de pobreza y privaciones. La FAO en 2012 dio pasos importantes para proteger y contrarrestar estas condiciones. Mientras, la hora del té seguirá marcando una pauta en ocasiones perversa pero ineludible de la responsabilidad de las grandes multinacionales y los gobiernos que pueden aplicar leyes más justas para la población.

¿Y si Nigeria gana un Oscar en 2015?

El premio Óscar –también llamado «premio de la Academia» o en inglés: Academy Award– es un premio concedido por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas en reconocimiento a la excelencia de los profesionales en la industria cinematográfica, incluyendo directores, actores y escritores, y es ampliamente considerado el máximo honor en el cine.

El premio Óscar –también llamado «premio de la Academia» o en inglés: Academy Award– es un premio concedido por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas en reconocimiento a la excelencia de los profesionales en la industria cinematográfica, incluyendo directores, actores y escritores, y es ampliamente considerado el máximo honor en el cine.

¿Quién ha escuchado hablar positivamente de Nigeria en los últimos meses? Suburbios, pobreza, conflictos religiosos, Boko Haram, secuestros… Ante este panorama ensordecedor pocos son los canales que se hacen eco de este otro gigante mundial con casi 170 millones de personas. Pero Nigeria es una muestra ejemplarizante de que algo está cambiando con sus imperfecciones, sueños truncados por tanta privatización desenfrenada y desilusiones al tiempo de éxitos, emprendeduría, dinamismo, alternativas y “rompeesquemas” mentales. Sí. Por ejemplo, el pasado mes de abril se publicaba el titular que a todas luces era una mera cuestión de tiempo: Nigeria es la potencia más rica del continente por delante de Sudáfrica*.

De esto poco se informa. Más bien se desinforma. La linterna a veces debería alumbrar al mismo tiempo a la vista y al canal auditivo. De esta sencilla forma hubiéramos sabido que el viernes pasado terminó en la capital de Nigeria, Abuja, el Foro Económico Mundial que acogió a unos 1.000 representantes entre empresarios, miembros de diferentes gobiernos, sociedad civil y académicos para “moldear” el sistema de cooperación y ayuda en África. Y no es casual que se celebrara en este país centroafricano después de que sea vox pópuli el incremento de ceros a la derecha de las principales empresas norteamericanas y de su antigua metrópolis, el Reino Unido, que tienen su parcela particular de negocios: Nestlé, Cadbury, etc. Quizás tampoco nos debe sorprender que ¡Oh my God! EE.UU. y Reino Unido decidan intervenir en el país para rescatar a las más de 200 niñas que han sido secuestradas por el grupo terrorista Boko Haram. Lo curioso es que hayan tenido que esperar más de 10 años para tener algún gesto proactivo. O esto, o se tomaron al pie de la letra al líder y fundador Mohammed Yusuf que pregonaba, y siguen haciendo sus seguidores, que “la pretenciosidad es anatema”. Y ya se sabe: donde fueres…

Nollywood es la segunda industria cinematográfica del mundo en volumen de producción.

Nollywood es la segunda industria cinematográfica del mundo en volumen de producción.

En cualquier caso, más allá de Fela Kuti –padre del afrobeat–, atletas o, dentro de pocas semanas en el Mundial de Brasil, la selección de fútbol, Nigeria es sinónimo de oscuridad. Pero solo para algunos. Para los que no estén muy familiarizados con los cines de África hay que empezar por el dato estrella. A ver. ¿Cuál es la segunda industria cinematográfica del mundo? ¡Premio! Es la nigeriana, más conocida como Nollywood. La que encabeza el ranking es Bollywood (la industria de la India) y Nollywood se encuentra por delante de la todapoderosa Hollywood (la industria norteamericana y mainstream por excelencia).

Al final por derecho propio, Nollywood que genera unos 200.000 empleos directos según cifras del gobierno nigeriano, proporcionan unos ingresos de 450 millones de euros al año y tiene incluso su propio sistema de estrellas (programas con los actores de moda, festivales, revistas, etc.) ha gritado la atención de la meca de los premios del cine: los Oscars.

Hace unos días la Academia de las Artes y las Ciencias (AMPAS) aprobó un comité de 12 expertos en Nollywood, denominado Comisión para la Selección de Oscars Nigeriano (NOSC), que será el encargado de elegir la película que representará a Nigeria en la sección a la Mejor película extranjera a partir del 2015. Cada película seleccionada de Nollywood tendrá que competir cada año con los trabajos de 85 países. Al final la Academia norteamericana seleccionará sólo a 5 películas que lucharán por la preciada estatuilla.

Consejo nigeriano encargado para la selección de la película de Nollywood que representará a niGERIA EN 2015.

Consejo nigeriano encargado para la selección de la película de Nollywood que representará a Nigeria en el camio al Oscar a la mejor película extranjera en 2015.

La aprobación de la NOSC representa un hito para la industria del cine de la nación que ha sido reconocida como una de las industrias de cine más grandes a nivel mundial. Durante años, los grupos de interés han estado tratando de mejorar aún más sus normas y esto parece representar un paso en la dirección correcta. No hay que pasar por alto que elpresupuesto mediano de una película en Nollywood es de unos 12.000€ y que el tiempo de producción es de 7 a 10 días. Por establecer una comparación con Hollywood, una gran producción necesitaría algunos cientos de millones de euros. Las películas, generalmente, son filmadas con una cámara digital para salir directamente al mercado de los DVD, ya que la mayor parte de las salas de cine han tenido que cerrar debido a la inseguridad. Aproximadamente sólo un 0,5% de todas las películas que se graban tienen como objetivo final la gran pantalla.

Por este motivo, y de acuerdo con las reglas de la Academia, el comité nigeriano tendrá que tener en cuenta en su selección siete criterios: la historia, la dirección, la actuación, la cinematografía, el sonido, la música y el tema universal.

Los miembros del NOSC forman parte de destacados profesionales que han demostrado con el tiempo su valía como algunos de los mejores en la industria del cine nigeriano. La presidenta del comité es Chineze Anyaene directora de la película Ije (El viaje) producida en 2010 y que fue el primer film de Nollywood en participar en festivales de cine internacionales. La misma Anyaene ha afirmado que «ésta es una gran oportunidad para Nigeria de tener una voz en la escena internacional de cine». Los otros miembros son: Ngozi Okafor, Olumide Amure, Ramsey Nouah, Kene Mkparu, Emeka Mba, Chioma Ude, Akin Salami, Mildred Okwo, Biola Alabi, Charles Novia y Shaibu Husseini.

Los vientos son de cambio. Y la industria del cine de Nollywood tiene que jugar a nivel mundial para que la gente comience a mirar con otra perspectiva no solo al país, sino al continente.

* El indicador que se tiene en cuenta es el PIB que, digamos, explica cómo de rica es una nación –léase las principales empresas que cotizan en Bolsa– pero no muestra necesariamente cómo de ricos son los individuos que componen la nación debido a la desigualdad en la distribución de la riqueza o a los problemas de salud. Además, el crecimiento de este indicador no es sinónimo de creación de empleo. Vamos, que no se come del PIB.

 

El latido somalí de Nairobi: una metáfora del cuerno de África

La Pequeña Mogadiscio, situada en Eastleigh, a 10 minutos de los rascacielos del corazón de Nairobi (Kenia), es una metáfora de la costa Este africana. Una constelación de contrastes en cada esquina, con una nacionalidad, un aroma, un acento diferente que desde hace meses se ha convertido en áspero. El ataque terrorista al centro comercial Westgate del pasado otoño donde murieron al menos 72 personas, y la amenaza creciente del movimiento de resistencia islámica Al-Shabaab en el territorio, han determinado que los medios locales y el Gobierno pongan el foco de atención sobre la población somalí de este barrio. Un estigma que se alimenta de leyendas trasnochadas, rumores y de un boca a boca influenciado por el miedo crónico a los piratas del Índico y a los laboratorios urbanos de terroristas.

Pero el Gobierno sufre amnesia. Lo que antes era un barrio cuidadosamente planificado para una clase media, en gran medida se abandonó a su suerte para que se rehiciera. Así lo hizo contra todos los pronósticos e independientemente de los ciclos económicos y los cambios políticos del país. Y el impulso fue gracias a los somalíes. En medio de las limitaciones de infraestructura y los múltiples conflictos con las autoridades locales, este paréntesis de vida ha crecido hasta convertirse en una urbe autónoma basada en el ensayo y el error, con una gran flexibilidad.

Foto: Sebastián Ruiz

Ahora, con la amenaza dialéctica hacia los turistas y residentes en Nairobi de no pisar este territorio por peligrosidad extrema, es una ciudad de 24 horas, los siete días de la semana: tanto si quieres café o miraa somalí también llamado khat, usado durante siglos en el Cuerno de África y con efectos similares a las anfetaminas; alcohol de fabricación local o sexo barato; ropa de importación o productos electrónicos de origen asiático. En el par de carreteras asfaltadas, en el barro dominante tras la época de lluvias, entre casas de chapa, callejones de tierra o centros comerciales y hoteles, Eastleigh siempre vibra y se mueve en multitud de direcciones.

Existe la amenaza a turistas y lugareños de no pisar la zona por su «peligrosidad extrema»

A lo largo de los años, esta Pequeña Mogadiscio se ha convertido en un lugar donde cada somalí tiene un familiar en su país de origen, en otra coordenada del continente africano o en alguna parte de la diáspora estadounidense o europea. Se ha convertido en el punto de partida de una nueva vida para muchos refugiados somalíes. Y para muchos kenianos que tratan de sintonizar con el éxito de la vecindad. Se ha convertido en uno de los lugares con la mayor proyección internacional de la ciudad. Una zona de entrada ilegal, ideal para moverse por debajo de los radares y pasar inadvertido. Un centro de distribución. Un punto focal para el contrabando, la migración hacia una nueva vida y las redes nacionales y mundiales de comercio que se extienden hasta China.

Huellas somalíes en China

Los somalíes ocupan un lugar ambiguo en el imaginario político de Kenia. Ellos eran los forasteros del norte, que en la independencia de 1963 fueron obligados a una unión forzada. Durante un referéndum constitucional en la víspera del Uhuru (libertad o independencia en swahili), los somalíes que vivian en el Distrito de la Frontera Septentrional de Kenia (NFD) votaron abrumadoramente en contra de ser gobernados por un estado keniano independiente optando, en su lugar, por reunirse con sus parientes de Yibuti (Somalilandia francesa), de la Somalilandia Británica (parte norte del Cuerno de Africa), de lo que fue la Somalilandia Italiana y del Ogadén (Etiopía). Esta reivindicación nacionalista de los cinco territorios queda reflejada en la estrella de cinco puntas de la bandera somalí.

Hammed, professor de una escuela publica y que cursó parte de sus estudios en Estados Unidos, puntualiza, sin embargo, que su bisabuelo ya se podía considerar parte de la primera generación de somalíes en Kenia. “Mi gente abandonó el Cuerno en la década del 1900. Eran pastores del norte de Somalia que siguieron a los aventureros de clase alta británica que volvían a Kenia después de realizar safaris en busca de leones. Ellos actuaron como guías y porteadores”. Estos somalíes abrieron las rutas del heroísmo colonial británico para posteriormente dispersarse por todo el país. Por lo que la cuestión somalí viene de largo en Kenia. Para los somalíes, sin embargo, encerrados en las contradicciones de los nuevos estados descolonizados en la década de los sesenta, se trataba de una situación parcheada que se repitió en otros lugares del continente como Casamance (Senegal) o Biafra (Nigeria). Los reclamos a la libre determinación se resistieron, pero seguirían siendo no deseados, abandonados y perseguidos por los nacionalistas en las nuevas capitales de África que los consideraban como extranjeros.

Foto: Sebastián Ruiz

Mientras, Eastleigh siempre había sido el hogar de una comunidad comercial inmigrante. A principios de la Nairobi colonial, era una ciudad cuyo apartheid racial se llevó a cabo con éxito principalmente a través de las ideas de la higiene y el miedo asociado a la contaminación física –tres episodios de peste bubónica habían convencido a las autoridades de la sabiduría y eficacia de tales medidas–. Una clase comercial emergente india se encontraba asentada al este de la ciudad, en el borde superior de las llanuras cerca del río Nairobi. Eastleigh era literalmente un asentamiento en el otro lado de las vías. A medida que se levantaban gradualmente las restricciones raciales hacia el fin del régimen colonial, a los comerciantes indios se les permitió moverse hacia el oeste –en Parklands–, al otro lado del río, un barrio predominantemente compuesto por asiáticos del Sur.

Es un foco de contrabando, migración y redes de comercio internacional

El enclave, con sus calles de tierra polvorientas bordeadas por hileras de casas de madera con techo de zinc, se convirtió así en el hogar de la clase emergente de los países africanos. Entre ellos, había una pequeña comunidad de comerciantes somalíes predominantemente del antiguo NFD, que en su mayoría eran camioneros. Ellos funcionaron como eslabón en el transporte para la comunidad de comerciantes indios, ahora dispersos por todo el interior de África del Este, y proporcionaron una base social para la avalancha de comerciantes de Mogadiscio y sus familias que llegaron a principios de 1990, cuando Somalia implosionó. En unos pocos años, la población de Eastleigh que albergaba a unas pocas miles de familias principalmente kikuyus (etnia mayoritaria en Kenia), ha pasado a dar cabida a más de 100.000 somalíes.

Comercientes con solera, éxito garantizado

Incapaz de explicar el origen del dinero de este barrio, Nairobi, perpleja, continua en la búsqueda de respuestas. Los medios de comunicación en parte se han unido a esta especulación, y sugieren que el nuevo dinero y expansión de la Pequeña Mogadiscio es producto de la piratería, unido a la amenaza del Islam militante y Al-Shabaab. No obstante, la comunidad somalí vehementemente lo niega. “Somos hombres de negocios legítimos que aborrecemos la piratería”, puntualiza Alfatuh, propietario de una tienda de bisutería. “El Islam militante es malo para el comercio”, subraya Mohamed, de 42 años, en la cafeteria Mashaallah. Pero, ¿cómo se puede explicar si no el aumento repentino de capital?

En primer lugar, Eastleigh no es solo una historia de Somalia. Significa reconocer una diversidad e interconexión con otros países, principalmente Yibuti, Eritrea y Etiopía. Estos dos últimos han tenido una participación importante en el desarrollo de los matatus (transporte púbico) que circulan en la ruta desde el centro de Nairobi hasta Eastleigh. Además, los restaurantes y empresas etíopes son fáciles de encontrar, especialmente alrededor de la décima calle, una zona que podría denominarse como la Pequeña Adis.

El dinero entra a raudales al barrio. La sospecha sobre la piratería en el Índico es una constante

Foto: Sebastián Ruiz

En segundo lugar, la clave para el éxito de Eastleigh son sus conexiones con el norte de Kenia, es decir, la vieja capital del norte del país situada en el centro de Nairobi. En particular, las actividades comerciales de los somalíes kenianos han sido muy importantes en los pasos iniciales que establecieron Eastleigh como el barrio por excelencia de los centros comerciales en Nairobi.

Por último, la idea de una Pequeña Mogadiscio descuida flujos importantes detrás del colapso del Estado en Somalia. El Mogadiscio que existía bajo el regimen de Siad Barre (1969-1991) refleja la dinámica de un Estado centralizado que trabajaba para reforzar su control de las redes de patronazgo. En particular, Barre trabajó para concentrar la actividad empresarial en Mogadiscio.

De hecho, en el ensayo Of Tamarind & Cosmopolitanism, del novelista somalí Nuruddin Farah, queda reflejado cómo uno de los secretos mejor guardados de Mogadiscio fue el complejo comercial conocido localmente como Tamarind Market; un hervidero de estrechas callejuelas llenas de compradores en busca de ropa y bisutería para todo el Cuerno de África y parte de Oriente Medio. Un modelo de éxito. Sin embargo, la destrucción de este mercado en el colapso somalí de 1991 hizo que este modelo se encarnara en Nairobi bajo el nombre de Garissa Hotel, el primer centro comercial de Eastleigh regentado por somalíes. Aunque se quemó con polémica y leyenda incluída, hoy se pueden contar alrededor de 40 centros y una aglomeración de apartamentos residenciales producto de la burbuja inmobiliaria que sufre el país.

Kammel, un hombre alto, flaco, un poco distraído, con voz ronca de un comerciante del mercado que parecía que se había recuperado recientemente de una larga enfermedad, señala a su alrededor. Fue uno de los dueños de los puestos en el original Garissa Hotel. Ahora es un agente inmobiliario en busca de nuevos clientes. “Estábamos haciendo un montón de dinero por aquellos días”, afirma Kammel que estaba especializado en telas. “Yo solía tener una cola en frente de mi tienda, incluso antes de que yo llegara. Queríamos vender y vender. Sin levantar la vista. Mis clientes venían de Ruanda, Uganda, Congo, Tanzania, Mombasa… De todas partes”. Kammel confirma que conseguía unos 2.000 dólares al día.

Foto: Sebastián Ruiz

Los márgenes se han recortado considerablemente desde entonces. Uno de los problemas con el modelo Eastleigh es que todo el mundo está haciendo lo mismo. “No hay diversidad. Además la desregulación y la liberalización del mercado han dado la voz de alarma para que se instalen más comerciantes. Ahora, otras diásporas que operan en una sensibilidad completamente diferente, se están apoderando”, explica preocupada Halima, una gerente de uno de los centros comerciales.

Esta Pequeña Mogadiscio continúa gracias a sistemas como el hawala (transferencia o cable en la jerga bancaria árabe), un canal informal de transferencia de fondos de un lugar a otro a través de proveedores conocidos como hawaladars. Del mismo modo, como puntualiza el antropólogo Paul Goldsmith, que ha seguido de cerca el aumento de capital de la diáspora somalí, la expansión del mercantilismo somalí tiene mucho que ver con el linaje segmentario. Una vez establecidos esos vínculos, los individuos están limitados en un sistema obligatorio de dependencia y responsabilidad. Este sistema de honor, es lo que explica, por ejemplo, cómo el pago de una vieja deuda contraída con un somalí en Brixton (Inglaterra) se convierte en la responsabilidad de un clan entero. El dinero fluye y los víncluos familiares se hacen cada vez mayores.

No cabe duda de que una cierta cantidad de beneficios de la piratería también se han invertido en Kenia y en otros lugares en el este de África. Cualquier auditoría, sin embargo, tendría complicado explicar la expansión de la capital de Somalia en Nairobi antes del auge de los rescates a partir de 2008.

El éxito de lugares como Eastleigh es un testimonio de la capacidad de personas para movilizar conexiones alternativas, trasladarse a diferentes localidades y jugar a desempeñar diferentes roles. Eastleigh no es solo una Somalia de desplazados. Significa un capital de gente con don para los negocios aumentado por los fondos de una diáspora muy dispersa (y sus remesas de dinero). Un capital invertido a lo largo de varias rutas unidas finalmente por el parentesco, la amistad y la solidaridad religiosa. Una red de nodos conectados que sustenta una de las arterias comerciales de África del Este.

Situar África en el mapa o la didáctica de ganar un Oscar

Lupita Nyong'o posando con el Oscar a la mejor actriz secundaria. Fuente: http://www.glamour.de

Lupita Nyong’o posando con el Oscar a la mejor actriz secundaria. Fuente: http://www.glamour.de

Sí, una keniana, Lupita Nyong’o, ha ganado el Oscar a la mejor actriz secundaria. Y su discurso “no importa en dónde se encuentre uno, tus sueños son válidos” en la meca de Hollywood, tiene muchas lecturas; tantas como interpretaciones sobre el porqué de este premio del cine comercial bajo el mandato Obama que, por cierto, tiene raíces kenianas. De nuevo, un tridente conocido gana adeptos en las salas de medio planeta con la película 12 años de esclavitud: negros, esclavitud y un continente, el africano, que se reduce a una historia maltratada interesadamente por la propia historia.

Pero que una mujer keniana -sí, nacida en México, pero criada en Nairobi- alzara el pasado fin de semana la preciada estatuilla en la 86 edición de los Oscar tiene un componente didáctico que a Hollywood se le escapa del encuadre y del guión: mucha gente no familiarizada situará a Kenia en el mapa. Y al mirar al sur del Sáhara (48 países) comprenderán que desde la década de 1960 se realiza cine made in Africa y que son muchos los festivales internacionales dedicados a lo largo del año a visibilizarlo.

En este camino de proximidad geográfica que permite la alfombra roja de Hollywood, hoy viajamos al país vecino, Sudán, donde hace un mes tenía lugar el primer festival de cine independiente: el Sudan Independent Film Festival. No ha habido ningún Oscar de por medio, pero ¿por qué no conocer más de cerca la historia del cine en este país y saber en qué momento se encuentra?

Un breve repaso nos situa en los tempranos años del siglo XX, donde el colonialismo británico estaba muy presente en la industria cinematográfica bajo un cine de propaganda, misionero o educativo. De hecho, en 1912 se proyectó la primera película documental sobre la visita del rey Jorge V al país en un teatro al aire libre. Más tarde, en 1920, comerciantes griegos asentados en Jartúm, la capital, comenzaron a mostrar películas mudas. Esta dinámica se hizo más fuerte una década más tarde cuando The Sudan Cinema Corporation, liderado por hombres de negocios sudaneses, comenzaron a construir teatros y a distribuir películas.

Observando el éxito que tenían entre el público los largometrajes que se exibían, las autoridades británicas decidieron crear en los años 50 la Sudan Film Unit para producir noticias breves en blanco y negro con una finalidad educativa (al estilo del NODO español). La colonización se sirvió del audiovisual para llevar a cabo su proyecto civilizador. Es decir, educar bajo los ideales cristianos, con el estilo de vida europeo y rindiendo pleitesía a la Corona británica. Muchas de sus películas se mostraron en todo el país a través de camiones de cine móvil. Os dejamos un frafmento de Cinema in Sudan: Conversations with Gadalla Gubara.

Según Tayeb el-Mahdi, director sudanés y responsable del Sudan Film Group, la primera película de Sudán fue un cortometraje llamado Homeless Childhood realizado en 1952 sobre los niños sin hogar. Y en 1970 se produjo el primer largometraje, Hope and Dreams. En esta época, enmarcada por las esperanzas de cambio puestas en la gran mayoría de países africanos que se habían independizado, el papel del Estado fue casi inexistente de cara a reforzar y apoyar una industria muy debilitada. Muchos creyeron que el cine era un negocio arriesgado y que no tenía ninguna garantía de futuro.

El cambio de plano más importante tuvo lugar después de 1989, cuando un nuevo gobierno de corte islamista llegó al poder. La mano dura en el ámbito audiovisual se cebó primero con el cierre de la Sudanese Cinema Company, seguido de la censura, la subida de impuestos, las trabas aduaneras para importar cine y, en estos últimos tiempos, la competencia de la televisión por satélite e Internet. Este hara-kiri cultural ha desembocado en que actualmente sólo una de las 14 salas de cine de Jartúm siga funcionando.

Sin embargo, dos décadas más tarde, jóvenes cineastas sudaneses están tratando de reactivar el sector, tanto a nivel local como en la diáspora, y con el acceso a la tecnología digital que abarata los costes. Ejemplos como la de la cineasta Taghreed Sanhouri anglo-sudanesa con reconocimiento internacional por su trabajo en festivales de cine como Nueva York, Toronto o Ámsterdam, o el del afincado en Jartúm, Talal Afifi, que en 2010, con el apoyo de Instituto Goethe, estableció su Sudan Film Factory, son parte de este cambio. En concreto, esta factoría de cine en el corazón de Sudán ha llevado a cabo docenas de seminarios y talleres, y ha ayudado a producir hasta el momento 33 cortometrajes.

Tras la prueba superada del primer Festival de Cine Independiente, el gobierno quizás deba entender que el cine no es un enemigo y que al igual que ocurre con el cine iraní, puede crear una poesía estética y visual no ofensiva para la sensibilidad de la sociedad islámica y, por supuesto, para el regimen. Este evento es un buen paso para traer de vuelta el séptimo arte a Sudán aunque tiene que haber una voluntad política para ayudar. Quizás el vestido azul que llevaba Lupita Nyong’o en la ceremonia de los Oscar recordando a las aguas del Nilo -uno de los ríos más importantes del mundo a nivel politico, social y económico- sirva como metáfora para poner el acento en las cinematografías del continente. Quizás.

 

La esclavitud de San Valentín

Foto: Sebastián Ruiz

Detrás de las bambalinas de las multinacionales de venta de flores, nada es lo que parece. La región de Naivasha (en Kenia, a 1.890 metros de altitud), en el valle del Rift, es la savia que da vida a casi el 70% de las fincas que se dedican al cultivo de las flores en el país, el primer exportador a Europa.

Un producto estético, de lujo y con una cargada simbología romántica de la que se hicieron eco los productores ingleses y holandeses durante la década de los ochenta cuando se pusieron manos a la obra: el día de San Valentín, el día de la Madre y Navidad son los picos de ventas. “¿Por qué gastarme 300 chelines –unos 3 euros– en una rosa para mi mujer si con ese dinero puedo comer durante dos días? Esta es la razón por la que los kenianos nunca antes habíamos prestado atención a este negocio”, comenta uno de los jefes de producción de Karuturi en un despacho modesto pero con aire acondicionado. Fuera, la temperatura es de 27 grados; bajo el mar de plásticos de los invernaderos, caen a 51.

Así es Naivasha. Un zona rota del mapa con precipicios constantes. Puedes hospedarte en uno de los hoteles de lujo que rodean el lago homónimo por 250 euros por noche, pasear en barco para ver a la colonia de hipopótamos, o hacer una excursión en bicicleta al Parque Nacional Hell’s Gate, donde puedes encontrar un guía por un modélico precio.

Foto: Sebastián Ruiz

En el extremo opuesto, a escasos metros, la imagen daliniana de las casas de los trabajadores de Karuturi, donde unas 2.300 familias conviven en un laberinto de incertidumbre y pobreza al costado de la carretera. Una única habitación, con baños compartidos para toda la comunidad y unos salarios que oscilan entre los 30 y los 85 euros según la antigüedad. A ellos no le salen las cuentas para vivir.  En Naivasha todo el mundo tiene algún familiar o conocido que trabaja en los invernaderos de flores de Karuturi. Nadie bromea con esto. El gesto de Beth (nombre ficticio para no comprometerla, como otros en este reportaje) se tuerce acompañado de una plegaria cuando le preguntas. “Yo misma estuve trabajando en Karuturi durante dos años pero envejecí demasiado rápido… Tuve la suerte de que uno de los hoteles de la zona buscaba personal de seguridad y me seleccionaron a mí. El problema es que si no tienes alternativas no puedes escapar”.

El salario es tan bajo (aproximadamente 1,25 euros al día) que un simple viaje al pueblo vecino se vuelve insostenible para la familia. Jornadas laborales de siete de la mañana a cuatro de la tarde se ven obligatoriamente compaginadas con otros trabajos, como la venta ambulante de productos de primera necesidad, las bicicletas-taxis o la prostitución a cambio de unos chelines extras que permitan comer caliente.

En septiembre de 2007, los horticultores holandeses Gerrit & Peter Barnhoorn, propietarios de la empresa Sher, vendieron sus terrenos a Sai Ramakrishna Karuturi, un empresario de origen indio y dedicado también al negocio de las flores “y desde entonces, todo ha ido a peor. No es que las condiciones con los holandeses fueran mejores, pero ahora prácticamente nos estamos muriendo”, sentencia Robert, un empleado que lleva en la empresa 14 años. Esta multinacional tiene sus campos de producción de rosas en Kenia, India y, desde hace unos años, también en Etiopía, el segundo exportador más grande de flores en África después de Kenia.

Foto: Sebastián Ruiz

En concreto en el lago Naivasha, las extensiones de Karuturi alcanzan las 188 hectáreas, de las cuales alrededor de 135 se encuentran en invernaderos y 42 en cultivo abierto. Pero los cerca de 5.000 trabajadores (mayoritariamente mujeres) no parecen sentir como algo propio este logro. Bajo los plásticos se respira calma tensa. Te observan con una mirada perdida, que intranquiliza aunque nada digan. Aquí dentro, opinar es un acto de rebeldía. Basta observar: manos que podan rosales sin guantes, piel atrincherada de tanto trabajar en cámaras frigoríficas sin abrigos térmicos a cuatro grados bajo cero, o la alta exposición a los productos químicos.

Un responsable de recursos humanos de la empresa se excusa: «Hay muchas renovaciones de contratos nuevos y los trabajadores no se acostumbran a utilizar la ropa de trabajo». Con respecto al resto de condiciones laborales, asegura que son «normales» y que «cumplen con todas las normativas».

Venta ambulante, bicis-taxi o prostitución son empleos que suelen complementar un salario exiguo

Nuestro guía explica algunos pormenores de camino a su casa mientras se quita la bata azul descolorida: “Sinceramente, creo que la situación de las mujeres es lo peor de todo. Es muy deprimente. Muchas tienen contratos temporales… ¡A veces durante años! Cuentan con menos derechos a la hora de las vacaciones, enfermedad o maternidad. ¿Sabes? Es muy corriente que sufran acoso sexual de sus superiores”, expresa indignado este keniano nacido en un pequeño pueblo frontera con Uganda.

Foto: Sebastián Ruiz

La información de la ONG británica War on Want confirma que aproximadamente un 75% de los empleados son mujeres, además de que una gran proporción de ellas son solteras con hijos. “¿Te puedes imaginar lo difícil que es combinar el trabajo con la maternidad? La situación que padecemos es angustiante y afecta tanto a los niños como a los bebés que se quedan solos en las casas que están delante de los invernaderos”, puntualiza Alice, una de las trabajadoras. Ella, por la tarde, vende huevos delante de la salida principal de la empresa.

Con el tic-tac consumiéndose antes de la festividad de San Valentín, la multinacional controla al detalle todos los procesos de la producción: el corte de la rosa; su clasificación por variedad y tamaño; su conservación durante algunas horas en cámaras frigoríficas; el transporte en camiones acondicionados desde la plantación hasta el aeropuerto; y el envío aéreo mediante la compañía Flowerwings hasta Ámsterdam. Owarendo, uno de los jefes de ventas de la empresa en Naivasha, se enorgullece mientras paseamos por el sector 2 de la plantación: “Una de cada nueve rosas que se consumirán en Europa el 14 de febrero tendrán como origen Kenia”, sonríe. Según el consejo de flores de Kenia, alrededor del 97% de las exportaciones van a la UE. Oportunidades de trabajo, sí, pero sin reglamentación laboral debida.

Foto: Sebastián Ruiz

“¿Las condiciones de los trabajadores? La verdad es que estamos teniendo algunos problemillas pero no se pueden quejar en comparación con otros sectores. Les ofrecemos alojamiento, educación y sanidad gratuitamente”, asegura. E insiste en mostrar los últimos adelantos en el sistema de riego automatizado. “Una gran inversión”, explica. Pero este keniano de casi un metro noventa no queda satisfecho con su argumentación: “Mira, yo si me pongo enfermo no me lo pienso dos veces: voy a un hospital privado. El que tenemos aquí no es muy de fiar”.

Si eres trabajador de base en el imperio de la rosa tienes derecho a una vivienda y unos servicios sociales gratuitos. Pero hay letra pequeña: en las habitaciones a veces conviven hasta ocho personas; no tienen electricidad aunque sí agua potable; los familiares que deciden enviar a sus hijos a la escuela secundaria tienen que pagar unas tasas elevadas; el hospital de la empresa actualmente se encuentra cerrado y sin medicinas, por lo que los pacientes deben desplazarse hasta el pueblo vecino con una cuota mínima de 10 euros por la consulta; y por último, todos los trabajadores tanto en el interior de los invernaderos, seguridad, servicio de limpieza, hasta profesores y médicos llevan, según ellos, sin cobrar cuatro meses. La empresa alega que está en un periodo de crisis y «reajuste económico».

El 75%  de los empleados son mujeres, muchas solteras y con hijos

No hay que alarmarse. El te quiero globalizado y la rosa de San Valentín camuflarán esta suerte de explotación silenciosa. Ante tal panorama, el domingo se convierte en un día de esperanza para muchos de los aquí empleados. Cerca de los invernaderos, en una carretera de unos tres kilómetros de largo, al menos 10 iglesias con diferentes nombres abren sus puertas de par en par para recomponer almas y cuerpos de los empleados. Todos son bienvenidos bajo el mensaje: “Deja de sufrir. Dios murió por nosotros”. Philip, pastor de 37 años, acaba de cerrar su biblia subrayada y lanza un grito de alarma. “La solución pasa por nuestro gobierno y por los propios consumidores en Europa. No tienen que dejar de comprar rosas sino exigir a empresas como la nuestra que respeten la dignidad humana”.

Foto: Sebastián Ruiz

El sector en cifras

  • Kenia es uno de los exportadores de flores más importantes del mundo y el proveedor más grande de la Unión Europea, contribuyendo con más del 35% de todas las ventas. Los principales mercados de la Unión Europea son Holanda, Reino Unido, Alemania, Francia y Suiza.
  • Se estima que en Kenia unas 500.000 personas dependen de la industria de las flores, incluyendo los 90.000 trabajadores empleados en los invernaderos.
  • En los últimos cinco años, Etiopía se ha convertido en el segundo exportador más grande de flores en África después de Kenia.
  • Los principales mercados mundiales consumidores de flores son Alemania, Estados Unidos, Francia, Reino unido, Holanda, Japón y Suiza.

*Fuentes: Kenya Flower Council, KenInvest y Eurostat

Foto: Sebastián Ruiz

Cumpleaños de la televisión china en África

Tras pasar el control en las oficinas centrales de la televisión china en Nairobi (Kenia), el ascensor se detiene en la planta tercera. Un logotipo ocupa la pared con las siglas CCTV-Africa y el guarda de seguridad nos abre la puerta tras una sonrisa y un amable “karibu” (que en kisuajili, significa bienvenido). Estamos en la recepción, decorada con una mezla de arte asiático y masai que convierte la espera en más acogedora. Sobre la mesa, con algunos días de retraso, los dos diarios de más tirada en el país: Daily Nation y The Standard. En la pared, cuatro pantallas de plasma recogen segundo a segundo la actualidad: dos canales chinos, uno con AlJazeera y otro con la BBC. Minutos después aparece nuestro anfitrión, Ondeko Aura, un keniano con una larga trayectoria en medios nacionales e internacionales, como Radio France International (RFI), y ahora, responsable de planificar el contenido de CCTV-Africa.


El edificio, de color ocre, se encuentra ubicado en el barrio residencial de Kilimani a escasos quince minutos de los rascacielos que pueblan el centro de la ciudad. Una zona tranquila aderezada con nombres sugerentes de establecimientos que algún comerciante avispado usa para intentar atraer la atención: “Comida rápida Mao”. El pasado 11 de enero se cumplían dos años de emisiones en CCTV-Africa, un canal que desde su lanzamiento oficial ha preocupado a los principales medios occidentales. De hecho, la propia BBC, como política de defensa, inició un programa especial en verano de 2012 titulado BBC Focus on Africa.

Voces críticas que en la mayoría de los casos engordan las cifras, los resultados y los objetivos del politburó chino. “Estos dos años han pasado muy rápido. Pero nos hemos sabido posicionar pese a las reacciones pesimistas internacionales. En Occidente sólo informan sobre los problemas de la pobreza y las epidemias, convirtiendo a África en una víctima de la cobertura sesgada durante décadas”, explica Aura. “Sin embargo, CCTV-Africa cubre especialmente aspectos positivos. Precisamente, tenemos previsto lanzar dos nuevos programas para el 2014: uno de deportes y otro enfocado al sector empresarial”.


Otra visión del continente… Pero, ¿qué es lo que os diferencia del resto? Aura sonríe y explica que es la única estación internacional del continente dedicada exclusivamente y con un contenido puramente africano. «Ahora más que nunca, África recibe una cobertura de sus noticias mejorada”. Sin embargo, nuestro anfitrión parecía olvidar la presencia de los cinco medios internacionales de referencia que cubren el panorama africano mediático también desde Nairobi: BBC, Voice Of America (VOA), Radio France International (RFI), AlJazeera y Deutsche Welle (DW). La pregunta le incomodó en exceso provocando que se removiera en el sofá de piel. Silencio corto y titular certero al tiempo que elegante: “¿Los otros? ¡No tienen un contenido 100% dedicado a África! Sólo programas salteados con referencias al continente”.

Como afirma Deborah Brautigam, especialista en las relaciones sinoafricanas, el sorprendente aumento de la visibilidad actual del gigante asiático en el continente debería ser analizado en otro contexto porque China nunca ha abandonado África: «Nosotros simplemente hemos dejado de mirar”. Así, la presencia de China en el panorama comunicativo africano tampoco es nueva, sólo que actualmente el grado de implicación es mayor y con un alcance transfronterizo. Por ejemplo, en 1958, China abrió una oficina de la agencia de noticias Xinhua en El Cairo (Egipto) y, en 1967, Radio Pekín transmitía 21 horas semanales en inglés para la región de África del Este con transmisiones que se producían todos los días entre las seis y las nueve de la noche.

Pero el gran cambio llegó más tarde. En 2006 tuvieron lugar acontecimientos importantes en el panorama mediático keniano por parte de China: el lanzamiento de la emisora China Radio Internacional (CRI); el préstamo de 150.000 dólares para el equipamiento de la televisión CCTV-Africa; los intercambios profesionales entre periodistas que comenzaron de forma paralela al anuncio realizado en el marco del III Foro de Cooperación China África (FOCAC); y la mudanza de la oficina general de la agencia de noticias Xinhua de París a la capital keniana. De esta forma, se reconocía a Nairobi como un eje central de la política multimedia china en África.


Mientras, la conversación con Aura se detiene un instante. El sonido de la franja horaria en las televisiones de la recepción alertan el sexto sentido del keniano. Deformación periodística. Son las 17.00 y las cuatro pantallas reflejan una fotografía aparentemente heterogénea al comenzar los telediarios. “¿Te das cuenta qué noticias son importantes para el resto de canales que informan sobre África? Guerras. Evidentemente, nosotros también las cubrimos pero no abrimos sistemáticamente los informativos con ellas. Además, por nuestro horario de emisión, el público que tenemos es mayoritariamente africano y pretendemos dar otra perspectiva”, explica convencido sin quitarle el ojo al canal de Aljazeera.

Debido a la programación reducida de CCTV-Africa con ocho horas semanales de información (una hora diaria de noticias en Africa Live, un programa de 30 minutos a la semana con reportajes de sociedad y cultura en Faces to Africa, más los 30 minutos de debate informativo a la semana en Talk to Africa) no se puede afirmar que el canal chino represente un volumen demasiado importante si se tiene en cuenta que el sector de los medios en Kenia está experimentando un crecimiento vertiginoso tanto de medios nacionales como internacionales.

Es decir, que las informaciones alarmistas sobre esta cadena deberían contextualizarse para una mejor comprensión de las relaciones sinoafricanas y, al mismo tiempo, matizar afirmaciones como las de Ondeko Aura al subrayar que tienen el canal con más noticias sobre África. En un cómputo global puede ser, pero ¿quién tiene acceso a esta programación? Según el estudio The media we want: the Kenya media vulnerabilities study (2010), los hábitos de consumo de la población keniana en 2008 eran los siguientes: 90% escuchaba la radio diariamente, un 39% veía la televisión y un 23% leía el periódico.

Antes de concluir el encuentro, el tour por la televisión china continua en la quinta planta donde se confirma la información de que más del 60% de la plantilla es de origen africano. Todo bulle, la sala de continuidad permanece a la espera y los técnicos retocan la iluminación en un plató con última tecnología. Y finalmente, la sala de reuniones: “Aquí mantenemos contacto directo con la sede central en China. Tenemos dos reuniones diarias: una, por la mañana, y otra, por la tarde”. Esto deja entrever que Pekín aún tiene algo que decir sobre los contenidos de CCTV-Africa. Aunque de momento, continúa siendo un canal con independencia de los flujos de noticias convencionales e inmediatos debido, precisamente, a la todavía reducida programación semanal.

El negocio de los contenidos en la televisión digital africana

Está por ver si la televisión digital llegará con la misma intensidad y variedad a las zonas rurales. Fuente: All Africa.

Es la letra pequeña entre tanta pomposidad mediática por el paso obligado de la televisión analógica a la digital en África. Pero primero, los titulares. Canales a la carta, de pago y en lenguas locales.

DISCOP AFRICA (6-8 de noviembre), el principal mercado de contenidos de televisión y foro de coproducción que tiene lugar en el continente, clausuraba en Johannesburgo (Sudáfrica) su octava edición con un aumento de la participación de un 18% respecto al año anterior. Las cifras hablan por sí solas: 670 delegados de empresas y más de 300 estaciones de televisión y plataformas de televisión de pago que llegaban a este foro para adquirir contenido. Entre los acontecimientos que tuvieron lugar destaca el acuerdo histórico entre la Distribución Internacional de Cine y Ficción de África (DIFFA) y la sudafricana M-Net –red de habla inglesa–, para emitir por primera vez una serie francófona producida por la maliense Brico Fims: Los Reyes de Ségou, un total de 41 capítulos con una duración de 26 minutos.

El otro evento destacado también tuvo lugar en noviembre (11-14) y en Sudáfrica, en concreto, en Ciudad del Cabo. Se trata del Africa Cast, tres días de conferencias sobre el sector de la comunicación en el que para esta edición se han invitado a 45 profesionales de todo el mundo para que expongan sus pronósticos e investigaciones en la materia.

Tanto DISCOP AFRICA como Africa Cast se enmarcan en una línea que, lejos de ser nueva, sí que es de plena actualidad en el continente. A mediados de julio, 124 participantes de 35 Estados se reunían en Nairobi en la tercera y última reunión global de coordinación de los países africanos, después de reuniones similares en Bamako (marzo de 2011) y Kampala (abril de 2011), para poner fecha al apagón analógico que tendrá lugar en junio de 2015, para el UHF, y en Junio de 2020, para el VHF en 33 países. De esta forma, África se convertirá en la primera región que, a partir de 2015, podrá atribuir anchura de banda liberada por la transición a la televisión digital, el llamado dividendo digital, al servicio móvil en las bandas de 700 MHz y 800 MHz. Es decir, más capacidad para albergar más información y en menos espacio.

Mientras que los grandes productores de contenidos tanto africanos como internacionales pugnan por llegar a este dorado de la transformación digital del panorama africano y se reúnen en conferencias que fijan el precio de los contenidos, las leyes contra la libertad de prensa, especialmente en lo referente a los periódicos, se endurecen por cumplir una de la máximas del periodismo: informar y controlar al poder político.

En mayo, la policía nacional de Uganda tomaba las oficinas del Daily Mirror, el Red Pepper y dos estaciones de radio, Dembe FM y KFM, por haber publicado una carta filtrada en la que quedaba constancia de los planes del presidente Yoweri Museveni: preparar a su hijo para la sucesión en las próximas elecciones en 2016. En agosto, Rodney Sieh, director del periódico independiente FrontPageAfrica, de Liberia, era encarcelado al no pagar la multa por daños y perjuicios por las acusaciones a un ministro que presuntamente estaba malversando fondos públicos. En septiembre, el gobierno tanzano cerraba los diarios Mwananchi y Mtanzania, 14 y 90 días respectivamente, por publicar noticias comprometidas contra la plana mayor del Estado. Hace un mes la noticia era Kenia, cuando el Parlamento aprobaba una ley draconiana en la que se autorizaba la creación de tribunales políticos para periodistas e imposición de duras sanciones después de la cobertura mediática en el atentado del Wesgate y en el que aparecieron imágenes de varios soldados saqueando el centro comercial. Zimbabue, Etiopía, República Democrática del Congo o Sudáfrica también se encuentran en una delgada línea sobre la libertad de informar… Y entonces, ¿se hizo el digital?

Diseño: Sebastián Ruiz

 

Implicaciones y retos

Desde 1995, la industria de la televisión de pago subsahariana ha estado dominada por dos operadores de satélites: DStv y CanalSat. Sin embargo, esta dinámica ha ido cambiando desde que la TDT irrumpió en el continente de forma paulatina. Con la posibilidad de los nuevos canales, la transición digital ofrece un momento clave para hacer frente a la generación de contenido local africano.

En términos económicos, esta reforma estructural podría ofrecer la oportunidad de considerar a los medios como generadores de riqueza. Con la demanda adicional de programación de televisión, los gobiernos y los reguladores podrían fomentar el crecimiento de un sector de la producción local mediante la creación de cuotas de producción como medida transnacional; por ejemplo, que en una franja horaria determinada sólo se emitiera programación local o que un porcentaje de la parrilla fuera autóctono. O, por qué no, respaldar la producción cinematográfica local como sucede actualmente en Kenia, Marruecos y Sudáfrica.

Al igual que en otras regiones, y con excepciones notables, un porcentaje de entre el 80-90% de los contenidos en las televisiones africanas proviene de EEUU y Europa (películas, programas y noticias) y de América Latina (especialmente telenovelas). Esta hegemonía ha tendido a una homogeneización cultural bajo la apariencia de un mercado global. En este sentido, Nollywood (la industria cinematográfica de Nigeria y segunda del mundo en producción) ha demostrado que sus productos son ampliamente vistos por otros países del continente.

Pero la realidad apremia. En una mayoría de países africanos, la televisión tiene un consumo urbano. Las emisoras privadas tienden a ubicarse en las ciudades principalmente por motivos de marketing: es donde se encuentran las audiencias (compradores) que interesan a los anunciantes, mientras que sólo las emisoras públicas tienden a llegar a las comunidades rurales. El riesgo es que finalmente el panorama en 2015 refleje un patrón de cobertura similar; es decir, que los gobiernos tendrán un área de cobertura mayor a nivel nacional, pero el sector privado seguirá centrándose en las áreas urbanas.

Foto: THINKSTOCK

Más de la mitad de la población africana vive en zonas rurales, y más de la mitad de los que viven en zonas urbanas residen en asentamientos que carecen de acceso a la infraestructura y los servicios, incluidas las líneas telefónicas de cobre y cables de fibra óptica básica. Estas son las poblaciones que verán el mayor impacto de las tecnologías.

Aunque no deja de ser una paradoja un matrimonio de conceptos como pobreza y dispositivos de última generación (tablets o smartphones), el mercado emergente para el sector audiovisual africano está en Internet por lo que se facilitarán todos los cauces para ver una película desde cualquier dispositivo, en cualquier lugar y en cualquier momento. Un tablero de juego en el que se han contabilizado aproximadamente 20 empresas de Vídeo Bajo Demanda (VOD) que ofrecen contenidos relacionados con África y que tienen que competir a su vez con un entramado de plataformas internacionales.

En la oferta entran en juego además, la producción de contenido en las lenguas locales. Al igual que las estaciones de radio que desde hace tiempo han comenzado a atender a la diversidad lingüística, el paso definitivo al digital puede suponer la visibilidad para algunos de los más de 2.000 idiomas que se hablan en África, muchos de ellos con un peso identitario arraigado dentro de sus países.

Por cierto, si bien la transición trae consigo retos y oportunidades claras, otros pueden difuminarse entre tanta oferta. En 2010, una comisión de las Naciones Unidas determinaba que para el 2015 más de la mitad de la población mundial tendría acceso a las redes de banda ancha y que el acceso a las redes de alta velocidad se transformaría en un derecho humano básico. Esto sitúa el acento en África, donde sólo el 15,6% de los residentes están conectados. Además, ¿qué ha sido de la iniciativa del Banco Mundial, publicada en septiembre de 2012, sobre el acceso universal a la electricidad? La partida de una supuesta democratización del contenido en las televisiones de pago en África está a punto de comenzar. Lo que no queda tan claro es si todos los jugadores (usuarios y proveedores) podrán hacer uso y disfrute de los beneficios a corto y largo plazo.

*Este artículo ha sido publicado en el boletín de diciembre del Centro de Estudios Africanos de Barcelona.

Kenia: 50 años de emancipación de un modelo roto

Foto: Sebastián Ruiz

“Yo sigo malviviendo. Esta es la magia y la realidad de la mayoría de los kenianos que nos reinventamos cada día para ganar algún chelín. ¿Qué quieres que celebre?”. Desgarra. Es la voz entrecortada de Anne, vendedora ambulante –hoy, de mangos y papayas– nacida en Matahare (Nairobi), uno de los suburbios de la capital. Esta declaración seguramente pueda sintetizar la cara y la cruz de un país que hoy está de fiesta: que al tiempo de barnizar oportunidades para una clase media en aumento, pide limosna en alguna esquina bajo la apariencia de un niño desaliñado; un rincón del mapa en el que las nuevas tecnologías se solapan con la falta de acceso o los cortes frecuentes de electricidad en las zonas rurales; una celebración de unidad aparente mientras que en la región del lago Turkana, los pokot y los turkana han incrementado los enfrentamientos en las últimas semanas; una conmemoración de chaqueta y cuello blanco –especialmente en Nairobi– que contrasta con el “hoy también se trabaja” de los tenderetes de calle.

La emancipación o la lucha anticolonial keniana cumple hoy cincuenta años. Aunque sea más políticamente correcto, de cara a los medios internacionales, hablar de la celebración de medio siglo de independencia: era el 12 de diciembre de 1963, una fecha donde quizás, con el momento actual, el país atesorara más espectativas. Era un receptáculo de esperanzas. El Estado poscolonial que se imaginó durante la década de los sesenta tenía una imagen que alcanzar: la modernización de una constelación social (kambas, kikuyos, luos, merus, etc.) –y que por convención se denominaron hijos de la nación keniana– bajo uno de los lemas más emblemáticos, el Harambee o, todos a una.

En Kenia, no existía ese tejido social que en Europa se ha denominado burguesía y que fue el impulsor del cambio del Antiguo Regímen a las sociedades contemporáneas. Aquí, la idea británica era que el cambio que se produjera debía ser más rápido, más eficiente, y tenía que ser dirigido forzozamente por el nuevo gobierno presidido por Johomo Kenyatta. No iba a ser la sociedad la que cambiara al Estado, aunque la guerra del Mau-Mau fuera el detonante. Más bien al revés: el Estado, gobernado por una pequeña élite vanguardista, tendría la misión de conducir el destino del país.

Foto: Sebastián Ruiz

Ahora, cincuenta años más tarde, la cuadratura del círculo se ha completado. El hijo del padre de la nación, Uhuru Kenyatta, acusado por la Corte Penal Internacional (ICC) por ser uno de los precursores de la violencia post-electoral en diciembre de 2007, formaba el pasado marzo un gobierno mixto de tecnócratas más jóvenes que él, de su propia generación y de la vieja retaguardia. Una declaración de intenciones: pasado, presente y futuro que deberán moldear el lema de la campaña electoral de crear un millón de puestos de trabajo en un año y superar las tasas actuales de crecimiento económico. Un presidente, nacido en el seno de la euforia nacionalista en 1965, que entró en la política como delfín del sucesor de su padre, el ex presidente Arap Moi (1978-2002), y cuyo padrino fue el último jefe de Estado, Mwai Kibaki (2003-2013). Uhuru es ahora el cuarto líder en este juego de tronos. Y en suajili, su nombre significa libertad. ¿Será una nueva etapa?

Sin embargo, entre el frenesí de los matatus (autobuses urbanos), el olor a maíz tostado en barbacoas improvisadas de ladrillos, o el arroz perfumado en cacerolas de latón, el período colonial se deja vislumbrar todavía por la desarticulación que sufre el país tanto de forma geográfica como estructural: geográfica porque la concentración de las actividades de desarrollo se concentran solo en algunas áreas urbanas como Nairobi, Mombasa, Nakuru, Kisumu, Eldoret y Naivasha; y estructural porque la economía se limita a un grupo de actividades económicas enfocadas a la exportación.

De hecho, la columna vertebral de la economía continúa siendo, como en tiempos coloniales, la agricultura, y las cifras de la Oficina Nacional de Estadística de Kenia (KNBS) lo demuestran: el sector aporta un 27% del PIB; un 60% de los trabajadores son empleados en él; y en 2012 creció un 3,8% en comparación al 1,5% en 2011. Entre otros productos, destacan: la producción de té, una de las más importantes del mundo donde el 95% se destina a la exportación –en 2013 se estiman unos beneficios en torno a 1,4 billones de dólares–; el café, que el año pasado produjo 40.000 toneladas de semillas; y la industria de las flores, que emplea a unas 90.000 personas reportando unos beneficios de 1 billón de dólares anuales.

Foto: Sebastián Ruiz

 

No obstante, el país se enfrenta ante varias perspectivas en las que con una política acertada podrían reportar beneficios a la población en materia de desarrollo social. Una de ellas es el florecimiento desde hace aproximadamente una década del sector de la construcción. La fiebre del ladrillo se deja palpar exponencialmente en la capital, Nairobi, donde consorcios internacionales pugnan por el diseño y ejecución de zonas residenciales, apartamentos de lujo y edificios para uso comercial. Quizás, desde la Administración, sea un buen momento para respirar y dar cabida a verdaderas estrategias de urbanización; para dar repuesta a más de la mitad de la población nairobiana que vive en suburbios (slums), algunos de ellos de los más poblados e insalubres del mundo.

El otro punto caliente de la agenda política keniana es, sin duda, el auge de los recursos naturales. El riesgo evidente es que la economía keniana se vuelva más dependiente de estos minerales cuyos precios fluctúan de manera vertiginosa en un mercado que por naturaleza es especulativo. Aquí, algunos titulares interesantes. La empresa británica Tullow Oil, por ejemplo, se está preparando para extraer aproximadamente 250 millones de barriles de crudo al norte del país (Turkana); la australiana Base Titanium comenzará el próximo año a exportar minerales desde su mina de Kwale, en el sureste de Kenia. Y en el sur, la firma china Fenxi Mining Group espera extraer unos 400 millones de toneladas de reservas de carbón. La incógnita es si esta dinámica de continuar descubriendo más reservas minerales, repercutirá en la creación de nuevos empleos, con buenos salarios para los kenianos y si, al mismo tiempo, mejorará el nivel y la calidad de vida del país en su conjunto.

Estos 50 años de emancipación han sido parte del sueño nacionalista impuesto por la antigua metrópoli. Un modelo que ha generado desigualdades cada vez mayores al mismo tiempo que oportunidades para una parte de la población. Es hora, con el permiso del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, de emprender con decisión políticas públicas acertadas de desarrollo que generen un mayor bienestar bajo el Harambee. Y que, de esta forma, Anne sí tenga motivos para celebrar muchos más aniversarios.

Publicado originalmente en Mundo Negro

Estado de sitio: una piara indignada «occupy» el Parlamento de Kenia

"Occupy parlament" en Nairobi, la capital de Kenia.

«Occupy parlament» en Nairobi, la capital de Kenia.

El activismo es un palabra sin trastienda, que no admite matices desde el Poder. Incomprendida. Un ejemplo tuvo lugar frente al Parlamento keniano el pasado martes 14 de mayo donde un grupo de kenianos descontentos con los parlamentarios exigieron un cambio en la decisión del Gobierno de aumentar sus salarios. De forma poco inusual, los manifestantes encabezados por el activista Boniface Mwangi dijeron que los parlamentarios eran codiciosos, lanzaron tres docenas de cerdos y derramaron sangre sobre los animales a la entrada del Congreso. Una metáfora que a más de uno le ha sacado los colores. El movimiento conocido como «Occupy Parliament» denominan a los representantes como Miembros del Parlamento que Implementan Tácticas Codiciosas (MPIGS). El saldo y veredicto a comienzos de esta semana era firme: 17 condenados. Civiles, claro.

Cartel de ‘Occupy Parliament’ el pasado 14 de mayo.

Unos 250 manifestantes marcharon a través de Nairobi y llevaron a cabo una sentada para protestar mediante el arte que los políticos quisieran cobrar mensualmente un salario de 10.000$ (unos 7.700€) aunque la Comisión de Remuneraciones y Salarios de Kenia solicita 6.300$ (unos 4.800 €), teniendo en cuenta que el salario medio en el país es de 1.700$ (unos 1.300€) según informaba la BBC. La polémica estaba servida, además, porque los cargos contra los 17 activistas eran de enaltecimiento de la violencia, resistencia a la autoridad y desorden público, nada nuevo. Pero aquí, la Carta Magna también es meridianamente clara: el artículo 33 de la Constitución de Kenia establece, entre otros, la libertad de expresión «a través de la creación artística»; y el artículo 37 subraya que «toda persona tiene derecho, pacíficamente y sin armas, de demostrar, establecer piquetes para dirigir peticiones a las autoridades públicas».

¿Es quizás en este marco constitucional en el que se tendría que analizar la protesta «Occupy Parliament» en contra de la avaricia insaciable de los miembros de las asambleas nacional y provincial? ¿La protesta podría considerarse en un contexto más amplio de búsqueda de equidad y  justicia para la mayoría de los kenianos fuertemente agraviados en el financiamiento de gastos públicos dedicados, en principio, a una mejora social?

Fue en la década de los cincuenta cuando el pueblo kikuyu se encontraba en plena agitación por defender sus tierras de la invasión de los colonos ingleses. Estos europeos, en un manifiesto dirigido a los políticos londinenses, exigían una clara posición sobre el poder y la permanencia de los blancos de Kenia: “Estamos aquí y nos quedaremos”. Ahora, hay una nueva estructura de poder con nuevos dirigentes, lo que Giuseppe Tomasi di Lampedusa, entre finales de 1954 y 1957 resumió en su obra Il Gattopardo, llevada a la gran pantalla en 1963 por Viscontti, como: “Cambiar todo para que nada cambie”. Es decir, tras las recientes elecciones kenianas del pasado marzo, Jomo Kenyatta iniciaba una transformación política aparente pero que en la práctica solo ha alterado la parte superficial de las estructuras de poder, conservando intencionadamente la base esencial de los pilares parlamentarios, es más, los ha reforzado. Con su triunfo, Kenyatta convierte a su país en el segundo, tras Sudán (con Omar al Bachir), en ser dirigido por un presidente en activo que afronta un juicio de la Corte Penal Internacioanal (CPI).

Para rizar el rizo, el exministro de Industria y Comercio de Kenia, Mukhisa Kituyi, fue nombrado el pasado 16 de mayo oficialmente por el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, para asumir la máxima responsabilidad del Organismo de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD). Aunque falta por consensuar un mero trámite Kituyi asumirá el cargo durante cuatro años el próximo a partir del próximo 1 de septiembre. Las voces kenianas se internacionalizan, así que habrá que esperar si dan respuestas a las protestas de su población.

Publicado en Wiriko