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Situar África en el mapa o la didáctica de ganar un Oscar

Lupita Nyong'o posando con el Oscar a la mejor actriz secundaria. Fuente: http://www.glamour.de

Lupita Nyong’o posando con el Oscar a la mejor actriz secundaria. Fuente: http://www.glamour.de

Sí, una keniana, Lupita Nyong’o, ha ganado el Oscar a la mejor actriz secundaria. Y su discurso “no importa en dónde se encuentre uno, tus sueños son válidos” en la meca de Hollywood, tiene muchas lecturas; tantas como interpretaciones sobre el porqué de este premio del cine comercial bajo el mandato Obama que, por cierto, tiene raíces kenianas. De nuevo, un tridente conocido gana adeptos en las salas de medio planeta con la película 12 años de esclavitud: negros, esclavitud y un continente, el africano, que se reduce a una historia maltratada interesadamente por la propia historia.

Pero que una mujer keniana -sí, nacida en México, pero criada en Nairobi- alzara el pasado fin de semana la preciada estatuilla en la 86 edición de los Oscar tiene un componente didáctico que a Hollywood se le escapa del encuadre y del guión: mucha gente no familiarizada situará a Kenia en el mapa. Y al mirar al sur del Sáhara (48 países) comprenderán que desde la década de 1960 se realiza cine made in Africa y que son muchos los festivales internacionales dedicados a lo largo del año a visibilizarlo.

En este camino de proximidad geográfica que permite la alfombra roja de Hollywood, hoy viajamos al país vecino, Sudán, donde hace un mes tenía lugar el primer festival de cine independiente: el Sudan Independent Film Festival. No ha habido ningún Oscar de por medio, pero ¿por qué no conocer más de cerca la historia del cine en este país y saber en qué momento se encuentra?

Un breve repaso nos situa en los tempranos años del siglo XX, donde el colonialismo británico estaba muy presente en la industria cinematográfica bajo un cine de propaganda, misionero o educativo. De hecho, en 1912 se proyectó la primera película documental sobre la visita del rey Jorge V al país en un teatro al aire libre. Más tarde, en 1920, comerciantes griegos asentados en Jartúm, la capital, comenzaron a mostrar películas mudas. Esta dinámica se hizo más fuerte una década más tarde cuando The Sudan Cinema Corporation, liderado por hombres de negocios sudaneses, comenzaron a construir teatros y a distribuir películas.

Observando el éxito que tenían entre el público los largometrajes que se exibían, las autoridades británicas decidieron crear en los años 50 la Sudan Film Unit para producir noticias breves en blanco y negro con una finalidad educativa (al estilo del NODO español). La colonización se sirvió del audiovisual para llevar a cabo su proyecto civilizador. Es decir, educar bajo los ideales cristianos, con el estilo de vida europeo y rindiendo pleitesía a la Corona británica. Muchas de sus películas se mostraron en todo el país a través de camiones de cine móvil. Os dejamos un frafmento de Cinema in Sudan: Conversations with Gadalla Gubara.

Según Tayeb el-Mahdi, director sudanés y responsable del Sudan Film Group, la primera película de Sudán fue un cortometraje llamado Homeless Childhood realizado en 1952 sobre los niños sin hogar. Y en 1970 se produjo el primer largometraje, Hope and Dreams. En esta época, enmarcada por las esperanzas de cambio puestas en la gran mayoría de países africanos que se habían independizado, el papel del Estado fue casi inexistente de cara a reforzar y apoyar una industria muy debilitada. Muchos creyeron que el cine era un negocio arriesgado y que no tenía ninguna garantía de futuro.

El cambio de plano más importante tuvo lugar después de 1989, cuando un nuevo gobierno de corte islamista llegó al poder. La mano dura en el ámbito audiovisual se cebó primero con el cierre de la Sudanese Cinema Company, seguido de la censura, la subida de impuestos, las trabas aduaneras para importar cine y, en estos últimos tiempos, la competencia de la televisión por satélite e Internet. Este hara-kiri cultural ha desembocado en que actualmente sólo una de las 14 salas de cine de Jartúm siga funcionando.

Sin embargo, dos décadas más tarde, jóvenes cineastas sudaneses están tratando de reactivar el sector, tanto a nivel local como en la diáspora, y con el acceso a la tecnología digital que abarata los costes. Ejemplos como la de la cineasta Taghreed Sanhouri anglo-sudanesa con reconocimiento internacional por su trabajo en festivales de cine como Nueva York, Toronto o Ámsterdam, o el del afincado en Jartúm, Talal Afifi, que en 2010, con el apoyo de Instituto Goethe, estableció su Sudan Film Factory, son parte de este cambio. En concreto, esta factoría de cine en el corazón de Sudán ha llevado a cabo docenas de seminarios y talleres, y ha ayudado a producir hasta el momento 33 cortometrajes.

Tras la prueba superada del primer Festival de Cine Independiente, el gobierno quizás deba entender que el cine no es un enemigo y que al igual que ocurre con el cine iraní, puede crear una poesía estética y visual no ofensiva para la sensibilidad de la sociedad islámica y, por supuesto, para el regimen. Este evento es un buen paso para traer de vuelta el séptimo arte a Sudán aunque tiene que haber una voluntad política para ayudar. Quizás el vestido azul que llevaba Lupita Nyong’o en la ceremonia de los Oscar recordando a las aguas del Nilo -uno de los ríos más importantes del mundo a nivel politico, social y económico- sirva como metáfora para poner el acento en las cinematografías del continente. Quizás.

 

Capitán Phillips: el Cinema Verité dice adios a Somalia

Barkhad Abdi, nominado al Oscar al mejor actor secundario

¿Fue finalmente la lotería? La historia acaricia aquello de “el lugar donde uno nace determina en gran medida la proyección de vida futura”. Barkhad Abdi, el joven somalí que interpreta a Abduwali Muse, el líder de los piratas que secuestran un barco con bandera estadounidense en la película Capitán Phillips (2013), tenía catorce años cuando su familia ganó una US Green Card Lottery. Se mudaron a Mineapólis y se instalaron junto a la comunidad somalí de esta ciudad. Trabajaba como conductor de limusinas hasta que se presentó a un casting anunciado por televisión junto a tres compatriotas más. Ahora, una espera diferente, lo sitúa entre los nominados a los Oscar como el Mejor Actor Secundario.

Una vez más, la proyección de Hollywood en el continente africano se basa en una realidad a medias golpeada principalmente por los medios occidentales sobre la piratería en las costas del Índico; en concreto, las de Somalia, la más larga del continente con 3.300 kilometros de longitud. Capitán Phillips es un relato del secuestro en 2009 del MV Maersk Alabama. Un guión basado en hechos reales que refuerza el imaginario de que en el Cuerno de África la esperanza galopa sobre un AK-47 y que la ayuda internacional, entendida como caridad en la película protagonizada por Tom Hanks y dirigida por el británico Paul Greengrass, es imprescindible e incuestionable. Primero en 2001, la industria hollywodiense entraba en Somalia por tierra y aire en Black Hawk Derribado, ahora, doce años después, lo hace por mar. Tiempos de propaganda que no dejan espacio al pataleo para un Cinema Verité.

Momento del asalto al 'MV Maersk Alabama' con los actores somalíes Faysal Ahmed, Mahat Ali y Barkhad Abdirahman.

La película contiene todos los ingredientes de un suspense: ataque a un carguero por un pequeño comando armado de piratas somalíes, rehenes, un puñado de dólares, persecución in extremis, la armada americana que moviliza a varios buques de la marina y un síncope que deja sin aliento al espectador después de una hora y media con el objetivo conseguido: no hay lugar para la reflexión en cuanto a la sinrazón de los jóvenes piratas. Y realizar películas es también hacer una elección.

La escena inicial de la película, envuelve al capitán Phillips en un espacio de confort: una familia, una casa y un futuro cierto. La primera escena que describe a la población costera somalí es una cárcel a cielo abierto amenazada por la mafia y la miseria cuya única alternativa es la piratería aderezada con khat, una planta estimulante que se utiliza tradicionalmente por las comunidades de Etiopía, Kenia, Somalia y Yemen. El transfondo, que se menciona sólo tangencialmente, es que la industria pesquera de Somalia había sido diezmada. Después del colapso por la guerra civil entre diferentes clanes en la década de 1990, la ausencia de un gobierno central fuerte -junto con la indiferencia de la comunidad internacional- se abrió un vacío para los señores de la guerra y los oportunistas. Al mismo compás, arrastreros extranjeros y otros buques con residuos industriales –toxinas nucleares, incluido el uranio– hacían servir esta costa sin control, como vertedero.

La revista Time informó en 2009 de que los somalíes se volvieron piratas después de que los barcos occidentales hicieran imposible la pesca para los pescadores locales que no podían competir con los grandes buques y su última tecnología: “Un informe de las Naciones Unidas en 2006, dijo que, en ausencia de guardacostas en el país, las aguas somalíes se han convertido en el sitio de una organización internacional “libre para todos”, con las flotas pesqueras de todo el mundo saqueando ilegalmente las poblaciones somalíes y congelando a los caladeros locales equipados rudimentariamente. Según otro informe de la ONU, se estima que cada año se roban unos 300 millones de dólares en productos del mar al país”.

Entre tentativas de proteger lo que es de uno y cuestionarse qué modelo es más rentable económicamente, muchos pescadores somalíes desesperados formaron flotillas de vigilantes para ir tras los buques de pesca extranjeros. Una realidad que resultó ser mucho más lucrativa que la pesca. El Banco Mundial (BM) recientemente estimaba que entre 2005 y 2012 se pagaron en rescates aproximadamente entre 339 y 413 millones de dólares. Para este periodo, 179 barcos fueron asaltados. Por lo que en la película, Abduwali Muse no es realmente un pescador: él no tuvo esa opción para empezar.

Dos o tres líneas adicionales de diálogo habrían iluminado al público acerca de la complejidad del problema de la piratería. La simple exposición de las motivaciones de los antagonistas habrían convertido a Capitán Phillips en una película inteligente, una tragedia en la que las fuerzas de oposición son forzadas a un enfrentamiento en el que al menos uno de los lados debe morir. Sin embargo, el director Greengrass se queda lejos del Cinema Verité y ofrece un trabajo moral de David contra Goliat. Cuando haces una película basada en la historia, es imposible incluir todos los detalles. Sin embargo, los hechos de fondo básicos son cruciales para entender la historia. La omisión o girar cuestiones (¿por qué los somalíes recurrieron a la piratería?) los despoja de su contexto. La implementación de un tono didáctico –ese “para todos los públicos”– hace que estas mentiras cinematográficas (los somalíes son pobres y codiciosos ) se hagan creíbles.

Publicado en Wiriko