La revolución de las plumas

El Correo de Andalucía, mi escuela, continúa en huelga

Negociamos poco. Los escasos centímetros de mi vida laboral no me permitían aires de grandeza. El trato era hacerle el amor a la profesión durante nueve meses como becario en un espacio de aire que presumía de ser el decano de la prensa en Sevilla. Uno, que todavía no tenía claro ni el concepto de los signos ortográficos ni los géneros periodísticos, parpadeaba ante una constelación ubicada en el paralelo Américo Vespucio. Iba a ser mi escuela. Mi casa. Aunque el olor a fusta revenida, ventiladores de rejillas y humo de cigarro no fuera como en el cine.

En duermevelas, tardas un rato en aprender que los tiempos en una redacción se miden por llamadas de teléfono, teletipos de última hora y correcciones de los jefes de sección. Era mi temida frase de Carlota: “Dale otra vueltecita”. Era cuando uno cuestionaba aquello de García Márquez del mejor oficio del mundo. –Lo será para ti, pensaba–. Y era cuando admirabas la santa paciencia de tus compañeros que querían llevarte de la mano en esta etapa: cuando Iria encontraba un paréntesis hecho playa para explicarte el enfoque más acertado de la noticia; cuando Felipe sacaba algún dato milagroso que te daría el indulto para irte de noche a casa –¡y por qué no a las 18.00h. de la tarde y sí a las 21.30h.!–; cuando Manolo, Pepe y Carmen te hacían la Carrera Oficial durante todo el año a base de golpe de teclado; cuando Juan me explicaba economía entre cafeses; cuando compartía ídolos y sueños africanos con Rengel viajando con libreta y boli por el mundo; cuando Alejandro se fumaba los libros en la escalera de la entrada entre párrafo y titular; cuando Diego me abría su despacho para escuchar el inventario de ideas descabelladas de aprendiz. Gracias.

Esa esencia que insuflé y me hizo crecer, me ha hecho comprender cuánto amaban también ellos a esta musa que hoy en formación de defensa grita. Que ha destapado a todos los amantes de la ciudad para agarrar bien fuerte el timón. No deja de ser una realidad que El Correo de Andalucía alberga la casa y el escritorio de cada uno de los que hemos pasado por allí. Y se me (nos) van los adjetivos para hacerle cosquillas y martillear al poder que está manipulando la enjundia de esta encrucijada. Ánimo compañeros, lo conseguiréis.

La revolución de plumas que está teniendo lugar es una enseñanza para todos los periodistas y para todos los ciudadanos. Un do de pecho en la libertad y el ejercicio del periodismo. Por esta razón, y tantas otras, tienen que seguir amaneciendo portadas de El Correo de Andalucía: para que los jóvenes becarios aprendan de esta escuela; para que la memoria de la ciudad continúe holgada y abierta; para que las historias que quedan por escribirse lo hagan con el mejor barniz, el de la rigurosidad y la profesionalidad; para que el titular nos despierte de madrugada para decirnos que la redacción en armas, venció.

Publicado en El Correo de Andalucía.

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